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Writer's pictureSand Declert

Una sombra abandonada

En los teatros sombríos de un continente moribundo, fui la luz, el brote áureo del astro rey. Mis armonías, precipitación de néctar, efervescencias de afecto, brotaban en las almas de un pueblo hechizado, erigiendo fortalezas de inocencia y deseo efímero.

Poseí la magnificencia, un brillante fantasma de veneración y fidelidad, me sentí venerada, acariciada por una existencia obnubilada por un apasionado manto de fantasía.

Pero en las penumbras, más allá del fulgor del proscenio, retumbaban ecos de un crepúsculo próximo. El antiguo ser supremo expiraba, y con él, la luminosidad de un periodo se evaporaba en el precipicio de la degeneración y la aflicción.

Los vastos auditorios, otrora basílicas de optimismo y visiones, se convirtieron en gélidas sepulturas de piedra, reverberando con el hollín de la reclusión y el desamparo.

Una introducción tenebrosa comenzó a sonar, una rapsodia de crucifijos y cráneos y sacrificios, iconos de pavor y fantasías desvanecidas.

La sublime melodía de afecto, ahora un quejido de sufrimiento y extravío. Entre el clamor de explosiones y el chillido de rapaces de horror, me vi surcando un océano de desolación, mis fantasías zozobrando en las aguas tumultuosas del sino.

La negrura envolvía la escena, interrogantes resonaban en la nada - "¿Por qué tal obscuridad?" Entre los restos de la esperanza y las reliquias de ilusiones, busqué abrigo en el contacto gélido del fermentado de moras. Una fantasía, un cántico melancólico, la imponente Boriquén y yo, inmersos en un abismo de fracaso y desesperanza.

Al final, lo majestuoso solo era la resonancia de lo que fuimos, y lo que permaneció, una sombra abandonada de nuestra luminosa sinfonía.

Sand Declert

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